La grandeza y la desgracia del hombre parten del pensamiento.
La conciencia sobre nuestro monólogo mental, la gestión y la actitud que redirige el pensamiento, son las herramientas para pasar de la desgracia a la gracia.
Este tema nos puede recordar a las enseñanzas budistas que nos conducen a la paz mental.
De ello habla la también terapia racional emotiva de Ellis o la Gestalt desde sus intenciones de aclarar el pensamiento y dotar de responsabilidad máxima al hombre.
Aprender a pensar se convierte en un desaprendizaje de lo viejo y automático y una nueva reprogramación hacia otros lares.
Nuestra manera de pensar dependerá de nuestra historia, de nuestra educación, de nuestro tipo de personalidad y de el momento vital que estemos pasando. Pero por malas o buenas que sean estas condiciones siempre tenemos la capacidad de aprender a pensar bien.
La mayoría de las personas que vienen a terapia es por que sufren de más. El 99% del sufrimiento es de gratis fruto de la mala gestión del pensamiento. Y hay algunos tipos de personalidad que necesitan aprender a gestionar el pensamiento porque sino les prende fuego a su cabeza y acaban siendo impulsivos y causando sufrimiento.
Sabemos que las cebras no se estresan como nosotros porque nosotros nos despegamos del presente para sumirnos en la angustia.
La angustia es la brecha entre el pasado y el presente.
La clave única que conduce a la paz mental está en el ahora, sea cual sea tu situación deja de pensar en el problema y fíjate si ahora mismo tienes algún problema, en este momento, no luego ni en unos días, es imposible sentir angustia cuando tu atención está en el ahora.
Cada uno elige a cada instante seguir anclado en viejos condicionamientos personales (o incluso transgeneracionales) o romper con estas creencias a cambio de otras que sí recreen el mundo a la medida de los deseos del observador que se observa.
Un manejo de la actividad mental desde la realidad (lo real) es fundamental: la clave es distinguir lo que pienso, creo o imagino de lo obvio y de lo objetivo.
Y con todo esto, mi querido lector, solo pretendía recordarnos que toda la dignidad del hombre empieza en su pensamiento.
¿Y tú, qué piensas?
Sara Hernández Psicóloga Humanista
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